3 de diciembre de 2014

El guerrero

Esta es una de esas películas que resulta complicado recomendar a cualquiera, más bien habría que conocer sus gustos personales y si posee un magnífico atributo llamado paciencia. De hecho en la fecha de su estreno en España, allá por el 2003, me pareció un autentico muermo. Curiosamente con el tiempo se ha convertido en una pequeña joya cinéfila que mejoró mi recuerdo en un segundo visionado hace unos años. Con esta tercera revisión para añadirla al blog y pasados más de diez años, mi simple parecer ha variado de vertiente para unirse a la opinión generalizada de por aquel entonces, y a los premios internacionales que aglutinó un filme de temática distinta. El guerrero es una película que supuso el estreno de Asif Kapadia, director afincado en Europa y que contó con dinero británico que permitió a la cinta una mayor difusión y recorrido. 

El filme cuenta la historia de un guerrero que presta sus servicios a un rey, sátrapa o señor de un remoto lugar perdido del desierto. Lafcadia, que así se llama nuestro protagonista, lidera al grupo de mercenarios que impone los deseos del tirano sobre el populacho bajo el filo de su espada. Sin embargo, cuando este grupo de guerreros acude a castigar un poblado que no cumple con las expectativas del señor, el protagonista tendrá una especie de revelación que 
lo dejará helado; petrificado ante la simple visión de un objeto metálico que puede llegar a reflejar sentimientos como la amistad, el amor o el agradecimiento, y que el uso de su acero puede llegar a callar para siempre. 


Es ese instante cuando el personaje principal decide reconducir su existencia y abandonar el uso de las armas. Obviamente dejar su posición de servidumbre hacia el señor dominante le acarrea el título de traidor, con la inevitable orden de búsqueda y castigo a ejercer por sus antiguos camaradas. Alrededor de este punto es cuando el espectador occidental cae en la inevitable trampa del título del filme, y espera con premura la supuesta rabieta del ahora perseguido para que vuelva a coger el sable y arme la de san Quintín. Porque motivos tendrá para ello.

Significativamente ocurre todo lo contrario, Lafcadia emprende su particular peregrinaje por el desierto para lograr la purificación de su espíritu. En principio su objetivo es llegar hasta su lugar de origen, muy cerca de las altas montañas del Himalaya mientras intenta evitar encontrarse con sus perseguidores. En esta segunda parte del filme, el ritmo lento se acentúa aún más ante los imponentes paisajes por los que el protagonista pierde la mirada y en otras ocasiones el habla. Se invita a la meditación, al sosiego y a la paciencia. Incluidos los habituales personajes secundarios que aparecen para acompañarlo en su viaje y en su transformación espiritual. 


Por destacar algo la supuesta dificultad del viaje queda el fatídico recuerdo que arrastra y que lo acompaña como una maldición en la que debe tomar las medidas necesarias para cortar con su pasado. En la parte interna del personaje parece que se somete a una serie de pruebas, donde es rechazada su ayuda por tener las manos manchadas de sangre o el veredicto de las miradas en quienes reconocen el rostro de la mano ejecutora. Por otro lado toca centrarse en la correlación de la naturaleza con el cauce de la historia, del árido desierto hasta las nevadas cumbres del horizonte hay un notable trecho donde la vida explota sobre el yermo pasado del protagonista. Queda jugar pues a adivinar las intenciones del director a través del caudal de un río o el mero hecho de ascender una montaña como método para expiar los pecados. 

El guerrero de Asif Kapadia
2001

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