31 de octubre de 2014

Misiones nocturnas

Los recuerdos infantiles son siempre fuente de inspiración para cualquier autor, y del mismo modo se utilizan desde una perpectiva distinta para describir períodos históricos relevantes. Como en esta novela, Misiones nocturnas del escritor checo Jáchym Topol, quien recoge la invasión, por parte de las tropas del pacto de Varsovia, en 1968 sobre la república social de Checoslovaquía. Un movimiento militar que en resumidas cuentas venía a atajar las libertadas que se estaban gestando desde del gobierno encabezado por Alexander Dubček, políticas que buscaban deliberadamente una apertura que permitiese una mejora económica del país. Baste recordar que por aquel entonces todavía se libraba la guerra fría entre las dos grandes potencias de las siglas y la URSS no podía permitirse el lujo de que se le agitara el corral.

Dejando ya de lado el ligero acercamiento a la hemeroteca toca centrarse, todo lo que se pueda, sobre el libro de Topol y recuperar la idea inicial de los recuerdos. Porque Topol era hijo de un disidente, como el protagonista de la novela, con quien comparte la necesidad que tuvo de esconderse en un pueblo por las acciones del padre. Algo de autobiografía debe de haber aunque ignoro hasta que punto. El protagonismo recae en el joven Ondra, que es llevado junto a su hermano pequeño al pueblo natal de su progenitor en un inicio algo abrupto donde chocamos con el inicio de la ocupación militar. En esta pequeña localidad, el lector puede llegar a desesperar por el simple hecho de perderse entre las cantinelas que ocurren y la dificil prosa del escritor. La referencia infantil nos lleva hacia otras preocupaciones más dadas a esa edad, mientras que la invasión es vista casi de lado, como cuando a los niños se les manda a paseo por los mayores para que estos pueden deliberar sin la inoportuna presencia de los niños. El lector pues se larga junto a los muchachos a la calle, a descubrir como se desenvuelven los hermanos capitalinos frente a las pandillas locales, indagar los estrechos lazos del sexo opuesto e internarse en los bosques, donde abundan los recuerdos y las miserias de los pueblerinos, así como las leyendas que alimentan los cuentos populares.

Cabe destacar ese punto de vista tan inocente que en ocasiones hace perdernos algo de lo que ocurre, un efecto similar a cuando uno era más joven e intuía que algo pasaba a su alrededor, pero que no lograba pasar más allá de lo elemental y perdiendo seguramente información realmente importante. Topol logra recuperar esa sensación, donde sabemos que esta ocurriendo la invasión, que hay secretas que buscan al padre de los polluelos y que parte de la población oculta tantas penurias, odios y desencuentros como cualquier sociedad cerrada. 

Casi toda la novela esta capitalizada por las aventuras de Ondra hacia su propia transformación como adulto, pruebas tales como superar su ingreso en la pandilla o ejercer de hermano mayor para intentar proteger al menor. Por otro lado la novela contiene algunos desahogos, como cuando retrocede en el tiempo para explicar la carencia materna o la cesión del protagonismo en otros personajes más adultos, que en ocasiones encauzan la trama paralela de la invasión, tan amenazante y distante como una sombra que nunca llega. Lamentablemente a veces se enreda tanto que uno pierde el hilo hasta desconocer que personaje lleva la narración y sentir la extraña sensación de haberme saltado o perdido alguna página que ayudase a encontrarle el sentido.


De nuevo las lagrimas. No paran de caer. Tengo un lago entero por dentro.

Jáchym Topol
Ed Lengua de trapo

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