5 de abril de 2024

La gula

Resumo rápidamente mi parecer. Se me ha hecho bola. Hacia Semana Santa debían quedarme unas tristes diez páginas a las que abandoné sin contemplación hasta después de los festivos. Conviene dejar las cosas claras desde el principio sobre la novela de Asako Yuzuki, autora japonesa con una exitosa trayectoria en su país mientras se abre paso al castellano con esta primera traducción y que no ha logrado engancharme.

La gula va de una presunta asesina (Manako Kajii) encarcelada a la espera de juicio por, supuestamente, haber acabado con la vida de tres de sus amantes y de haberse aprovechado del alto nivel económico de estos hombres adinerados. El caso causa cierto revuelo en la sociedad japonesa y una periodista (Rika Machida) busca la manera de lograr la exclusiva de entrevistarla con el gancho de la cocina de por medio. Porque ése es uno de los atractivos del libro y la gran afición de Kajii. El deleite de disfrutar de la comida, saborear alimentos junto a la propia elaboración de los mismos, darse algún que otro capricho en la alta cocina y repetir plato, si es menester.

La carne que esté poco hecha
La cocina siempre es importante por el mero hecho de tener que comer todos los días, y con el paso del tiempo, ha ido ganando mayor repercusión. Un acto que fortalece la noble mezcla de los productos denominados gourmet junto a la reivindicación de la cocina tradicional. Japón tampoco es una excepción y la supuesta asesina es una adicta a la buena comida, tanto a los productos elaborados como a las simples recetas de la abuela. Por ahí entra la periodista, con la ayuda de su intima amiga Reiko (una ama de casa con buena maña para la cocina), quien logra tener acceso a una serie de entrevistas con Manako. En esos encuentros se establece una curiosa relación a tres bandas, cuyo eje siempre está liderado por Manako Kajii. La mujer encarcelada pero que sobrepasa los muros de la prisión, a través de una personalidad bien marcada y que logra establecer una serie de condiciones a cumplir por parte de la periodista, y de rebote a su colega.

Si no es capaz de apartar su mirada de Kajii… Si no es capaz de dejar de girar alrededor de ella… Tal vez debería clavarle las uñas en su enorme tripa, tratar por todos los medios de que deje de manejarla a su antojo.

En esta primera parte de la novela, la autora expone el tronco principal del texto: el papeo. La condición indispensable por la que giran sus protagonistas. Hay comida, bastante, a lo largo de las páginas junto a las clásicas descripciones de alimentos, preparación y demás condimentos para abrir el apetito del lector, o de rebuscar qué diablos es el ramen. Rika cae en el anzuelo y se deja arrastrar por las condiciones expuestas por Manako con tal de lograr sacar chicha que rellene los artículos que tiene previstos sacar para la revista en la que trabaja. El problema es que el lector puede esperar otra cosa bien distinta. Porque había otro cebo más morboso: la muerte de los amantes. Y esa expectativa planea en buena parte de la novela, a la continua espera de descubrir algún detalle, alguna pista transcendental que derive la investigación hacia el llamativo caso de una mujer que ha logrado engatusar a diferentes hombres adinerados y vivir de sus cuentas corrientes.

Pero la novela navega por otros rumbos más psicológicos que exploran las profundidades personales de Rika y Reiko. La clásica presentación y exposición de un viaje que termina por transformarlas por completo. Y por supuesto, cómo afecta a los personajes que les rodea. En parte es un viaje agotador, lento y reiterativo por las constantes referencias culinarias y por experiencias alternas sin mayores atractivos que exponer diferentes relaciones entre los personajes. Un aspecto que deja de lado el supuesto trhiller y al que solo recurre para levantar nuevas expectativas que logra llamar la atención de lo que está contando en contadas ocasiones. Como la visita a la ciudad de Agano para conocer el origen y a la familia de Kajii. Pero del libro destacan más otras facetas descriptivas sobre Japón, en especial sobre la ciudad de Tokio y la oportuna denuncia. Porque hay varios palos interesantes asociados a los educados nipones, como el machismo hacia las mujeres por su aspecto físico. La propia Rika sufre en sus carnes la curiosidad de superar los 60 kilos y verse aconsejada continuamente contra una supuesta gordura que no es tal. También hacia la obstinada dedicación por el trabajo que lleva a los trabajadores a extensas jornadas laborales. Una importancia descomunal que se traslada hacia una sociedad que mantiene abierto comercios 24 horas al día. Incluida cocinas abiertas de manera continua. 

Tanta elaboración termina por desanimar la lectura. Kajii no cumple el ideal prejuzgado de viuda negra, más bien es una figura que detesta la posición de la mujer japonesa y su mayor triunfo, sin saberlo, será el cambio radical que otorga en Rika. La periodista cumple su función de protagonista al exponer el cambio que supone cada viaje (festín incluido) literario en este caso y que logra alcanzar a quienes la rodean. De Kajii nos quedan los restos, aquellos que ya no podemos tragar en una novela que tiene algunos puntos interesantes como otros pasajes olvidables. Pues eso, la bola que por mucho que mastiques no logras deshacer.


La gula
Asako Yuzuki
Ed. Planeta 2022

20 de marzo de 2024

Cadena perpetua

Se cumplen 30 años del debut de Frank Darabont. Y para quien escribe, parece que fue antes de ayer. Pero no, ha pasado la redonda cifra de tres décadas que han terminado por convertir a, Cadena perpetua, como una de las mejores películas de la historia. Y mejor aún, en un clásico moderno ideal para que las nuevas generaciones se acerquen a un modelo de cine elevado a la categoría de arte, e incluso, para aquellos incapaces de retroceder en el tiempo y tiendan a huir de filmes en blanco y negro. Curiosamente, Darabont llegó a realizar una película anterior, pero destinada a la televisión por cable, Enterrado vivo. Título de menor caché, olvidada aposta por todos para elevar el estreno cinematográfico del director a la gran pantalla. A la tonta necesidad de etiquetar al cine, al verdadero, a la exposición pública y previo paso por taquilla en la mágica lona blanca. También queda mejor tener como referencia un estreno inmejorable.

Otra efeméride importante indica que Darabont acumula este año 65 inviernos. El recuento aproximado de la edad de jubilación. Porque este señor parece estar situado hace tiempo en algún lúdico retiro después de que fuese despedido por AMC en sus funciones televisivas de la serie, The Walking Dead, o el rechazo continuo de la industria a sus proyectos y guiones. En parte, se ha ganado tal retiro tras firmar otras cintas memorables, como La milla verde (1999) o La niebla (2007) Aunque él mismo se quede con las ganas de haber logrado llevar a cabo algún que otro proyecto más. Y los espectadores huérfanos de una filmografía más bien corta. Ahora que me detengo a pensar como seguir este texto, me viene a la cabeza la figura de Erice. Otro al que le cuesta rodar, como a Malick y algún otro que me dejaré para más adelante.  

Por encima de todo quedará el legado, con Cadena perpetua en la cima. La posición relevante que otorgan las clasificaciones internautas. IMDB como principal referencia. La película adapta un texto de Stephen King y lo eleva hacia una categoría memorable a lo largo de las dos horas largas de duración. Con un ritmo pausado y elegante cumple las normas básicas del clasicismo; y sin necesidad de estridencias para mantener la atención del espectador sobre una historia que está narrada dentro de un recinto carcelario. Por allí ingresa una nueva remesa de presos, incluido un larguirucho que responde al nombre de Andy Dufresne (Tim Robbins), un capacitado banquero condenado a una doble perpetuidad por asesinar a su esposa y a su amante tras sorprenderlos juntos. En la prisión de Shawshank termina por hacer amistad con Red (Morgan Freeman), un veterano de la prisión y que cumple condena por asesinato cuando era joven. Este último personaje ocupa la posición de narrador, una voz en off que describe y subraya diversos acontecimientos del desarrollo de la vida que suele darse en una cárcel; el recibimiento que los presos dispensan a los nuevos inquilinos, el mercadeo de solventar necesidades básicas con el tabaco como moneda de cambio, la habitual violencia de los guardias de seguridad o el temible e imparable paso del tiempo. 

Este proceso temporal es importante al ser un proceso continuo y monótono que transforma la cotidianeidad en un modelo de vida. En el filme, los presos lo tachan de institucionalización. El hábito de amoldar la existencia individual entre muros, barrotes y alguna gracieta que suavice la experiencia de verse privado de la añorada libertad. El mayor ejemplo está en la figura del viejo Brooks (James Whitemore) Es uno de los reclusos más veteranos y al que Darabont otorga un bonito protagonismo cuando se incorpora a la sociedad; en una historia aparte, ajena al presidio para exponer su incapacidad de adaptarse a un mundo desconocido tras pasar tantos años entre rejas. El fracaso de un sistema penitenciario de mediados del siglo anterior.
Os veo - Castle Rock Entertainment
Pero el protagonismo principal recae en Dufresne y en su pertinaz mentalidad de aferrarse a su vida, encarcelada sí, pero obstinada en adaptarse a la nueva realidad que le rodea y en una terca predisposición de no caer; de no hundirse en la miseria de estar atrapado y rodeado de la vileza que puedan acumular los hombres con los que convive, sean estos otros presos, o los mismos carceleros. La suya es una oda a la resistencia, a la esperanza; un estoicismo que podría caer en un pasteloso drama o en una reivindicación interesada. Pero Dufresne está en otro nivel por muchos palos que reciba o las piedras que acumula en la pernera. Con su pertinaz obstinación, logra transformar el pequeño mundo que le rodea, ayudando tanto a presos como a sus carceleros en diversas facetas. Al fin y al cabo, dispone de todo el tiempo que quiere.

La película también contiene parte de un mensaje religioso en palabras tas manoseadas como esperanza, redención y amistad. Ésta ultima ligada a la dupla protagonista con una inteligencia pocas veces vista y extendida al resto de la cuadrilla en un elogioso plan de camadería entre criminales. La esperanza es la que mantiene cuerdo a Dufresne, en una muestra imparable de una mentalidad rocosa que sobrevive a las penurias de la cárcel sin perder la dignidad por ello. Finalmente queda la redención, la de un viejo cansado de explicar que el joven asesino ha sido destruido dentro de los muros de la cárcel y del peso abrumador que es el tiempo. El mismo que ha jugado a favor de un filme imprescindible que pasa por encima de otras cintas contemporáneas.

Frank Darabont, 1994

27 de febrero de 2024

Frankenstein

Es un icono mundial. Un nombre y figura reconocida a lo largo y ancho de la cultura popular, cuya historia ha sobrepasado con holgura a las letras originales. Aunque el tiempo transcurrido también ha jugado en contra; al ser su historia adaptada en diferentes formatos, reinterpretaciones y alguna que otra actualización interesada que ha terminado por crear, a estas alturas de nuevo milenio, una idea general distinta de los textos originales. Por ello, conviene reivindicar la obra original, la historia compuesta por la británica Mary Shelley, publicada por primera vez en 1818 para que no caiga en el moderno manoseo de adaptar un texto a la actualidad. Han pasado dos siglos desde entonces, un tiempo que ha servido para asentar la efigie del monstruo de Frankenstein como uno de los grandes ogros de las historias de terror.

En el contexto de la creación del libro, suele citarse, con reiteración aunque con necesidad de contar la anécdota, el peculiar verano que Mary y su pareja, Percy Shelley, disfrutaron en Ginebra; al visitar al amigo y poeta lord Byron en un período complicado por las condiciones climáticas, achacadas a diversas erupciones volcánicas que arrebataron el habitual verano a los europeos de la época y cuyas continuas lluvias terminaron por encerrar, a los citados veraneantes, en una amplia casona a la espera de que escampara. Tal circunstancia, provocó una idea memorable: crear cada uno de los invitados una historia de fantasmas. Un confinamiento que también provocó el nacimiento de El vampiro, obra de John Polidori; la semilla a la que se agarraría Bram Stoker para crear su famoso, Drácula. Para mayores referencias sobre el atinado encuentro, pueden verse los filmes, Gothic, de los años 80 o la más cercana, Mary Shelley de 2017. 

Quien salió ganando del viaje estival fue Mary Shelley y su obra inmortal. Frankenstein representa un aviso notable sobre la ambición del hombre, aupado económicamente por la revolución industrial y por el afán de los continuos avances científicos que disparan la imaginación hacia la posibilidad real de crear vida. La clásica referencia humana a jugar a ser Dios.  A esa loca carrera destina su tiempo y genio un adinerado estudiante: Viktor Frankenstein, cuya enfermiza idea le lleva a dar pie al nacimiento del científico loco con su maniática misión. Pero Viktor solamente busca explorar los limites de la capacidad humana, sin plantearse las consecuencias de sus actos. La vida y la muerte me parecían fronteras imaginarias que yo rompería el primero, con el fin de desparramar después un torrente de luz por nuestro tenebroso mundo. Al fin y al cabo, el hombre suele actuar buscando el bien y en la novela, la autora hace hincapié en el dolor que supuso la pérdida de la madre del protagonista al comienzo del relato. Como si ése hecho tuviera que ver con la posterior obsesión de Viktor. Sin embargo, una vez creada la criatura, Viktor la rechaza sin remisión, sin mayor condescendencia que a reconocer, en la fealdad de su creación, la demostración palpable de su soberbia, del peligro que puede acarrear sobrepasar ciertos limites, e irresponsablemente huye del lugar para caer en extrañas fiebres de culpabilidad o conciencia.

Y el engendro se escapa, a su libre albedrio por el mundo. Porque en realidad es un recién nacido con la salvedad de medir cerca de dos metros y medio. Y su cuerpo, hecho de los conocidos retales descritos mil veces, contiene mayor capacidad de resistencia a las inclemencias del tiempo y con una dieta más básica que le permite sobrevivir sin mayores sacrificios a pesar del abandono. Y lo primero que busca es lo que haría cualquiera: intentar socializar, reconocer a sus semejantes y hasta lograr integrarse, si eso fuera posible con la dificultad de su exagerado y deforme corpachón que provoca el desprecio y el miedo de todas las personas con las que se cruza. Y claro, alguien debe pagar el pato de sus desgracias, y nada mejor que buscar al hacedor y pedir cuentas de la chapuza de mundo al que le ha soltado. 

Viktor Frankenstein es el protagonista absoluto del relato. Su criatura, a la que se le niega incluso un nombre propio, se mantiene casi siempre en un segundo plano, salvo en el intermedio de la novela, cuando toma el protagonismo del texto y nos explica sus intentos de lograr ser aceptado. Pero el miedo se impone a su alrededor y debe buscar, en la soledad de la naturaleza, el lugar donde poder establecerse en paz. Las montañas salvajes, los lagos, bosques profundos y el amplio espacio del campo, también son los lugares donde el protagonista intenta serenar su mente y nervios. Anda atormentado por la responsabilidad de su creación y de la acumulación de los daños que viene reconociendo a su alrededor. Un temor que se transforma en una amenaza continua hacia sus seres queridos. ...no obstante había atraído una maldición sobre mí, tan fatal como la de un crimen. Es un bonito contraste y una muestra continua en la novela la descripción de paisajes junto a la melancolía de los personajes. Un romanticismo que embiste la habitual oposición de la esencia natural frente a la ficción, digamos que científica, aunque sea levemente y muy por encima del trasunto de la experimentación y el trabajo de laboratorio. 

La novela deriva hacia la rivalidad entre el creador y el monstruo. Por mucho que se esconda, las consecuencias de sus actos persigue a Viktor Frankenstein allá a donde vaya, un mal, que atormenta su vida y la de sus seres queridos por un ser, al que se le ha negado la humanidad y busca completarse de algún modo, y la venganza es una herramienta de sobra conocida. El texto entra ahí en una deriva repetitiva, alargando la resolución del conflicto bajo una continua advertencia que busca ampliar el desasosiego de Frankenstein hasta los limites de la cordura. Y del mundo. Es una constante en textos más antiguos, aquellos que a pesar de la letanía, saben sobrevivir con sobrada clase el exceso de detalles y descripciones. Es una obra indispensable

Hasta los enemigos de Dios y de los hombres tienen amigos y compañeros en su desolación. Yo, en cambio, estoy solo.

Frankenstein

Mary Shelley

2 de febrero de 2024

La traductora

Algún simpático rey mago debió pensar que tocaba actualizar algo mis lecturas. Seguramente, sus buenas intenciones estén orientadas a que un servidor se acerque algo más a libros contemporáneos frente a mis habituales visitas a obras pasadas. De esa guisa, tocó desembalar, con sorpresa, un libro titulado El enjambre. Novela cuya autoría corresponde a la dupla formada por José Gil y Goretti Irisarri, autores de otros títulos durante varios años y firmados en pareja. Pero al indagar un poco sobre el regalo, cabe destacar que hubo una obra precedente: La traductora. A poco que se rasgue un poco sobre ambas obras, se señala en diferentes sitios internautas, que pueden leerse por separado, sin necesidad de continuidad ni segundas aventuras. Pero oye, por si acaso, uno se da un garbeo por la biblioteca del barrio y arrancamos por el principio, que tampoco pasa nada por postergar el obsequio para más adelante y evitar sorpresas de empezar a leer por los tejados, que ya me ha pasado en otras ocasiones.

Curiosamente, La traductora tiene su trama narrativa en el siglo pasado. Alrededor del cacareado encuentro que mantuvieron Francisco Franco y Adolf Hitler en Hendaya. Justo después de la Guerra Civil Española y durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Una reunión enigmática gracias a la propaganda, al llegar Franco unos 8 minutos tarde. Como todo buen español. Pero el retraso da lugar a especulaciones y diretes interesados. Y de ese atractivo hueco, los autores de La traductora plantean una interesante trama de espionaje cuyo protagonismo recae en Elsa Braumann, hija de padre alemán y madre española que sobrevive en la España de posguerra traduciendo libros para una editorial. Su conocimiento del idioma alemán, la sitúan en la órbita militar para que sirva como traductora en el encuentro entre Franco y Hitler. Y de ahí, a la importancia de una reunión, que pueda meter de lleno a España en una nueva guerra, surge un movimiento paralelo con la intención final de ayudar a los aliados europeos contra Alemania y aspirar a derrocar al general Franco en beneficio de la monarquía española. 

En medio del tinglado destaca la protagonista, una humilde traductora de libros dentro de un hecho extraordinario, un aspecto muy hitchconiano y cinematográfico, escoger a un ciudadano normal y aparentemente al azar, ante un complot de mayor envergadura.

-Una abeja, ¿eh? -replicó divertida-. No sé si la imagen me beneficia.
-¿Por qué no? Las abejas son criaturas extraordinarias: capaces de hacer miel y de morir matando.

Una estructura que le hace bien a la novela, recurrente a la hora de ubicar una narración repartida entre diferentes escenarios y personajes que sirvan de base para construir el relato. Allí donde todo debe ir destinado a confluir y atar cabos al paso de las páginas. Por un lado están los militares españoles, con el capitán Bernal a la cabeza del plan de seguridad del futuro encuentro. Y por otro, los conspiradores, liderados por un aburguesado catalán apodado como el Relojero. Entre medias surgen los secundarios y las habituales relaciones que se establecen entre todos para construir un texto ágil y de fácil lectura. Cabe destacar la sencillez de una mujer que se ve envuelta en una trama, que lógicamente tenderá a enredarse para lograr llamar la atención del lector con diferentes giros que compliquen la misión propuesta. Son habituales en el genero y en parte están bien colocados para que el texto no decaiga cuando aparezcan las necesarias referencias personales. Esas que ayudan a conocer a los personajes para observar su posterior crecimiento en la aventura propuesta. El mejor ejemplo es la hermana de Elsa, la joven e impulsiva Amelia.

Cabe destacar el trabajo de documentación, con múltiples referencias al Madrid de la época; tanto al señalar el estado de las calles, tras la bombas caídas durante la guerra; como citar comercios históricos en determinados lugares de la capital; o el singular estado de un metro cuyo suburbano sufría múltiples cortes. Hay también referencias al cine y a la literatura, obvio si tenemos en cuenta el oficio de la protagonista, aunque seguramente haya ciertas alusiones personales de los autores, sobre todo cinematográficos (la constante referencia a qué diablos se refiere el título de Lo que el viento se llevó) y otras más curiosas e innecesarias, como indicar la publicación de un libro por aquellas fechas de un tal Tolkien (El hobbit)

Personalmente tengo una tara lectora, seguramente dada por intereses personales, hacia un mayor desarrollo literario o descripciones que considero importantes. Por eso, hecho de menos una mayor exposición en diferentes fases. Como por ejemplo cuando Elsa deambula por el piso que los militares le han otorgado mientras preparan su misión. En esos pasillos y habitaciones, se acumulan una cantidad ingente de libros que el antiguo propietario ha intentado salvaguardar de un futuro incierto mientras Elsa se pregunta por la enorme colecta, por su antiguo propietario, sus intenciones y demás ideas que darían para un par de páginas. Pero esta fantasía se resuelve con un párrafo, escueto si tenemos en cuenta que el inquilino anterior y sus libros tienen su particular historia en la novela. 

La traductora tiene otros puntos interesantes, una especie de aroma a clásico (lo siento, tengo que citar a Casablanca), como si fuera un filme en blanco y negro y su facilidad a la hora de hilvanar una trama con continuas sorpresas, sin complejos de saltar entre las diferentes historias que acumula o encarar a personajes dados en demasía hacia el estereotipo. El nazi Gunter Schlösser atemoriza e impone con sus salidas dictatoriales, pero le faltan matices  que le enriquezcan frente a la idea preconcebida del malo malísimo, y por ende, tiene el peligro de caer en la caricatura. Tan innecesario, como su ficticia conversación sobre la belleza con Antonio Palacios. Aunque estamos en una trama de espías, sirva de homenaje al gran arquitecto de Madrid su breve aparición en la novela. Al menos queda la protagonista, y su periplo sobre un mundo masculino al que debe superar, sin mayores armas, que la tenacidad demostrada por el ser humano en situaciones extremas.  

La traductora
José Gil Romero y Goretti Irisarri
Ed. HarperCollins, 2021


20 de diciembre de 2023

Caribou Island

Hace unos cinco años de la lectura de Goat Mountain. Novela que encerraba una historia potente, singular y truculenta del escritor norteamericano David Vann. Autor merecedor de diversos premios literarios y de una agraciada publicidad mediática que encumbra sus letras junto a grandes escritores de su país. Pero el mayor reconocimiento personal es la retención de un libro que ha logrado mantenerse en mi memoria pese al escaso paso de tiempo transcurrido, porque fácilmente, otras novelas caen más rápido al saco del olvido. Y así, poco a poco, volvió Vann a mi cabeza, al atractivo recuerdo anterior y orientarme a escoger libro para cerrar el 23.

David Vann es un escritor que parte de premisas personales, orientando sus historias con experiencias que guarda en su particular mochila vital. Y en esta primera etapa literaria, sus obras tienden a centrarse en conflictos familiares mientras expone los posibles demonios interiores en sus ficciones. Una base promocionada seguramente por la editorial, un gancho basado en el morbo que logra atraer la atención del público y del medio especializado de turno. Luego le toca a Vann corresponder tales expectativas con sus historias.

La elección de Caribou Island fue dado al azar y conviene destacar un pequeño aporte posterior, porque una vez concluida la lectura del libro, suelo tener la costumbre de informarme algo sobre la publicación en concreto. Por ahí descubrí que existe cierta similitud entre Sukkwan Island, su primera novela, y está otra de Caribou Island. La primera acoge la relación de un padre y su hijo, mientras que esta segunda obra amplía el espectro a una familia completa, con la tragedia del suicidio como telón de fondo en el seductor territorio de Alaska. Situada la cercanía y otras referencias similares, conviene centrarse en la obra recién leída, con el matrimonio formado por Gary e Irene como protagonistas de un singular proyecto personal, cuyo plan consiste construir una cabaña de madera en la isla de Caribou y pasar allí alojados el próximo invierno. Pero van con retraso, pues el verano está a punto de terminar y aun andan cargando material para siquiera empezar la casucha. Con el tiempo echándose encima y las ventoleras del lugar añadiendo pimienta al trabajo sin empezar. Además, andan los sentimientos alterados, ya que Irene está convencida de que esta aventura es el último paso para que su marido la abandone. Como una excusa necesaria para abrir el melón del relato.

Su confidente es su hija Rhoda, la única que intenta mantener la cordura y la unión familiar. La otra figura familiar es Mark, el hijo varón del matrimonio y que vive en su particular mundo, un extra sin mayor repercusión que permitir al autor desgranar la ardua tarea de la pesca como una de las principales fuentes de la economía del escenario propuesto: Alaska. Este sitio no deja de ser un lugar apartado, lejano y con ínfulas de naturaleza salvaje, cuya densidad de población se escora principalmente alrededor de la ensenada de Cook y con la apetecible atracción de sus grandes extensiones naturales como reclamo turístico. Por ahí deambula una joven pareja (Carl y Monique) dispuesta a vivir su particular aventura veraniega recorriendo el territorio. Son simples secundarios, sin mayor empaque que aportar un pequeño punto de vista externo que amenace con alterar algo el relato principal con su participación.


Un relato centrado en el matrimonio y en su propuesta inicial de aislarse, aún más si cabe, en un jodido islote. Una manía personal de Gary, como si fuera la última posibilidad de cumplir un sueño juvenil de retroceder en el tiempo y vivir, en plan medieval, alejado del mundo exterior. Es un deseo que lógicamente arrastra a su pareja, y sirve como punto de partida para exponer las consecuencias, fracasos y rencores acumulados a lo largo de treinta años de matrimonio. Y por supuesto, alimentar a la bestia interna que tenía Irene desde que era niña, al rememorar el abandono que sufrió de niña por parte de su padre y el suicidio posterior de su madre. Un spoiler descrito en la primera página del texto, donde se aventura la comida de tarro posterior y la forma de actuar ante la perspectiva propuesta por el escritor. Como si avanzara una suerte de repetición que Rhoda, la hija y la única cuerda del texto, tuviera que lidiar para encontrar una cosa tan sencilla como el sentido de a dónde se dirige su vida. Obviamente ella también tiene sus propios problemas con una pareja indecisa a dar el paso del matrimonio.

Pero la piedra tirada por Vann ha tomado impulso y se sirve de ella para ahondar en los problemas acumulados del matrimonio, relatar parte de su pasado y cómo el vil paso del tiempo, se lleva por delante la estabilidad de la rutina para dar paso al miedo de la vejez, a observar con pavor como suma la resta del tiempo que les queda, y comenzar a echarse en cara los sueños sin cumplir, o las esperanzas abandonadas por la simple necesidad de cumplir con las decisiones que tomaron en su momento: trasladarse a vivir a Alaska, criar a sus hijos, … Manos a la obra, dijo. Por fin. Después de casi treinta años. ¿Cómo es que pasan estas cosas? 
Gary.

Caribou Island termina siendo un relato generacional que Vann maneja a su antojo, sobre todo a través de los tiempos y saltando la narración entre los personajes por bloques. En esos espacios, otorga a cada protagonista su punto de vista y los motivos que les lleva a actuar de una manera u otra. Cabe destacar una escritura que mantiene una letanía desesperante, dando especial hincapié a las frases cortas, como una enumeración constante de la excesiva prudencia que toma Vann en extenderse; de hecho, le encanta el rodeo, y orienta al lector hacia su juego, hacia un relato que termina por sorprender por la facilidad que tiene su autor por atraernos hacia una pista falsa y salir victorioso por otro lado. No es un tema sencillo el que expone, ni un texto agradecido ver como la peña se hunde en un pozo sin la menor intención de pedir auxilio. Pero este tío tiene algo llamativo, que sobresale entre el ambiente chungo y las frases cortas. Algo bueno contiene quién escribe tragedias griegas abrochadas con botas, impermeables y logra salir más que airoso. 


Caribou Island
David Vann
Literatura Mondadori, 2011

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Sukkwan Island
Caribou Island
Tierra
Crocodile
Acuario