5 de mayo de 2017

Quiéreme, si te atreves

De inicio, es imposible obviar la influencia, o la comparación, de esta película con uno de los grandes éxitos del reciente cine francés. Porque la sombra de Amélie, del director Jean-Pierre Jeunet, planea de manera alargada sobre el estreno cinematográfico del también francés Yann Samuell. No solo por su temática de comedia y romance, sino también por la forma de encarar los acontecimientos que rodean a la pareja protagonista. Los conocidos actores franceses Guillaume Canet y Marion Cotillard. En realidad es muy fácil entablar las similitudes hacia una composición que se nutre en exceso de la fantasía, de la colorida fotografía en el arranque infantil, del elaborado montaje, con numerosos saltos y efectos visuales, aparte de ser narrada por su protagonista principal. Tales concordancias hacen inevitable la cercana referencia hacia la fábula de Amélie, estrenada en 2001 frente al cercano 2003 de Quiéreme, si te atreves. Si se quiere buscar diferencias, éstas hay que hallarlas fuera del envoltorio, principalmente en el argumento, la historia que pretende embaucarnos el bueno de Samuell a través de una relación que llega a ser volcánica.


Ay la lluvia...- Mars Distribution
La temática es bien sencilla, Sophie y Julien establecen una magnética relación a partir del típico juego de retos, con la retahíla de ver si sus personajes son capaces de llevar adelante las pruebas que se ponen mutuamente. Capaz o incapaz, es la continua frase por la que gira todo el argumento. Y por redundancia la película en sí. La tontería de los retos empieza desde la edad infantil hasta la edad adulta, y no queda otra que aceptar, como ese estúpido juego se convierte en la estrella por donde gira todo el universo creado por Samuell. Es de cajón que la tierna amistad infantil trastoque la atracción que suele tener el continuo roce adolescente, y de ahí hasta alcanzar la macabra exageración de una pareja incapaz de salir de ese circulo vicioso por el que giran sus vidas sin llegar a dañarse mutuamente. El juego y la caja de hojalata que representa el premio. A los protagonistas les cuesta salir del fácil escudo de quien logra poseer la maldita caja metálica, esa que otorga el privilegio de ordenar el siguiente reto para evitar dar el salto más sencillo, declararse que ambos viven enamorados pese a las trabas que ellos mismos se colocan. 


Siempre nos quedara el consuelo de la caja
- Mars Distribution
Gracias o no, al cartel del filme, podemos imaginar el resultado final. Algo así como cuando se sabe que se hunde el barco al final del minutaje y la gracia queda reducida al desarrollo de los personajes hasta ese punto. La inercia de los acontecimientos llega a desembocar, que las simpáticas trastadas iniciales acaben por ser devoradas por otro tipo de situaciones, donde los protagonistas se dejan arrastrar por lo exagerado, por llevar a cabo un amor tan fuerte que ambos no sepan diferenciar donde queda el juego y donde la realidad. La tentativa de Samuell se queda en un tanto positivo, al intentar desmarcarse de las típicas comedias románticas, esas en donde predominan los malentendidos que interfieren en las parejas para dotarlas de cierta gracia al asunto. Las ideas del director quedan expuestas a la inercia del juego, y ese es el único anzuelo donde deben picar los espectadores, dejarse llevar por la propuesta de la película o reventar el sinsentido que ofrece. Claro está, depende de cada uno.

Quiereme, si te atreves
Yann Samuell 2003

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