10 de octubre de 2014

Drácula, de Bram Stoker

En esta novela se encuentra el germen de uno de los mitos más atractivos de la cultura popular. El monstruo ideado por Stoker, supera con creces a otras figuras fantásticas del terror que surgieron en el decimonónico siglo XIX, transformándose con el tiempo en un icono capaz de acaparar cualquier actividad relacionada con el espectáculo y las artes. Literatura, cine y televisión han modelado el género del vampiro hasta la saciedad, en mil y unas cuantas más de cientas de adaptaciones que tampoco vienen al caso exponerlas en esta entrada. Pues bastante conocidas son las diferentes versiones que han llegado al público a lo largo de tantos años. Incluidas aquellas que bien pudiéramos eliminar. Pero lo importante de esta entrada es la novela de Stoker, cuya obra ya obtuvo el éxito en su momento y aun hoy conserva un notable poder de fascinación sobre los lectores. 

En principio parece lastrar el conocimiento de la historia. Y el recuerdo de la brillante adaptación cinematográfica de F.F. Coppola en la memoria tampoco ayuda. Sin embargo Drácula se merece algo más que una nueva o primera lectura, ya que significa conocer la semilla del, seguramente, más famoso monstruo creado por la mente humana. Y aunque Stoker no fuera el creador de la leyenda de los chupasangres, si que tiene el honor de ser la figura que catapultó a los vampiros hacia la fama.


La sinopsis de la historia es bien conocida. El conde Drácula recibe la visita del joven Jonathan Harker para ultimar los flecos de la adquisición de una propiedad en Londres a su nombre, la ciudad hacia donde se dirige para extender su peculiar dominio de las sombras.

Para empezar voy a atreverme a incluir un pero, el pequeño matiz que normalmente encuentro en diversas obras y que por bocazas nunca puedo dejar de exponerlas. En esta ocasión me repatea la excesiva melosidad entre los personajes principales, porque una cosa son los buenos hábitos y la elegante educación de los ingleses, y otra muy distinta el baboseo continuo de las buenas palabras que proliferan en estos perfectos caballeros. Esta letanía se propaga en exceso por las páginas del libro en continuos halagos que retienen los diálogos en una repetitiva fórmula donde los personajes podrían presumir de no necesitar abuela alguna. Ya se elevan a las nubes ellos sólitos. 


Afortunadamente las virtudes del relato son muchas y variadas, por encima incluso de mis manías personales. En primer lugar, la estructura de narración que escoge Stoker, a través de los diarios personales de los protagonistas. Al principio choca esta manera de relato personal, donde se pierde la referencia de un protagonista que sobresalga sobre el resto y sirva de guía al lector. Al inicio este aspecto recae en los fragmentos del diario de Harker mientras dura su estancia en Transilvania. Tan atractivo como misterioso por introducirnos en la misma guarida del vampiro.


Después de la fascinante aventura de Harker, la narración adquiere el formato citado, al introducir los distintos diarios de los protagonistas y saltando constantemente de uno a otro donde se frena algo la magia del inicio. También la correspondencia, los telegramas y alguna que otra noticia que aparece en los periódicos complementan la estructura del resto de la novela. Este continuo salto de narrador va adquiriendo la importancia necesaria, según van pasando las páginas, hasta transformarse en un conjunto de experiencias que bien pudiera jugar con la perspectiva de ser una realidad descrita por sus protagonistas y expuesta al mundo a través de sus escritos. De todo el material que se recoge me gusta destacar la bitácora del capitán del navío que usa el conde Drácula para llegar hasta Inglaterra. Sobrecogedor todo el trayecto que padece la tripulación ante un fenómeno tan inquietante y terrorífico.


Si el conde Drácula es ya un personaje fascinante, su antagonista principal debe por lo menos sumarse a la fiesta con alguna que otra excentricidad. Así es como sobresale el doctor Van Helsing sobre el resto de varones, pues la fémina Mina Harker también sobrevuela por encima de los hombres. De Van Helsing queda su verborrea y los extraños métodos de curación que derivan en la duda por el resto de protagonistas, sobre todo de su amigo y alumno, el doctor Seward, quien representa la necesaria incredulidad humana hacia los métodos empleados por su maestro ante los fantásticos sucesos que ocurren. Stoker destaca en esta segunda parte al exponer gradualmente las inquietudes terrenales ante lo desconocido. La prolongada enfermedad del personaje de Lucy alimenta la tensión del relato a través de los múltiples esfuerzos de los protagonistas en acordonar la estancia de la enferma y su fragilidad interna al sufrir continuas derrotas. Pasan las páginas y el interés no decae gracias al cumulo de incidencias y a la habilidad del escritor de exponerlas con el cuidado necesario de no caer en la repetición. 


El tercer acto describe la variación de la caza al conocer exactamente los protagonistas el peligro y la veracidad del monstruo que pulula por Londres. Y el conde pasa a ser buscado como la presa de aquellos a los que arrebató a la mujer amada. Y éste, no contento con una marcha a por la segunda, encendiendo los ánimos de sus oponentes y de los lectores hacia el carnal modo de obrar del conde por satisfacer sus deseos. Pasiones bien entendidas hacia el enfermizo ser que busca siempre cuellos femeninos para prolongar su estancia en la tierra. Brillante hasta el final, el autor contemporiza los tiempos para desarrollar toda su aventura con los traspiés y la emoción necesaria para terminar de conquistar al lector con su soberbio trabajo.


Drácula

Bram Stoker
Ed. El País aventuras. Grupo Anaya, 2004

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